Rodrigo Rojas (Lima 1971) ha publicado “Desembocadura del Cielo” (Cuarto Propio 1996); “Sol de Acero” (Cuarto Propio 1999); “Grand Central” (Foro de Escritores, 2005). Sus poemas y traducciones han sido publicadas en diversas revistas literarias, entre ellas “Tambor” (Valparaíso) “Ajo y Zafiros” (Lima) “Anamesa” (Nueva York), “New Coin” (Ciudad del Cabo) y “Plagio” (Santiago). Hace clases de traducción literaria en la Escuela de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales y es parte del equipo de editores de la revista internacional de poesía Rattapallax (Nueva York, Sao Paulo y Santiago). El poema incluido en este sitio pertenece al libro “Grand Central”, un trabajo que el Foro de Escritores tuvo la generosidad de publicar con grabados del propio autor, las partituras de José Ignacio Fernández y la interpretación musical del chelista Jan Filip Tupa.
Menciona a:
Elvira Hernández
David Añiñir
Damsi Figueroa
Alejandro Zambra
Lila Díaz
Alejandra del Río
Adriana Paredes Pinda
Graciela Huinao
Parra Violeta & Nicanor
Los Tres Rubio
Guido ArroyoMenciona a:
Elvira Hernández
David Añiñir
Damsi Figueroa
Alejandro Zambra
Lila Díaz
Alejandra del Río
Adriana Paredes Pinda
Graciela Huinao
Parra Violeta & Nicanor
Los Tres Rubio
Poesía:
Grand Central
i.
Cuando el subway apunta al tímpano,
brama una sierpe luminosa
como lo haría el mar en los túneles
empujando una ráfaga caliente, sumergida,
un manglar de palabras que entran a gritos,
que fluyen nerviosas, enredadas en turbantes,
en sombreros, en pelucas plásticas
y a todo lo mojan, para que beban de ellas,
todo lo sofocan con su vaho,
para adherirse a la ropa, al asiento.
Pero no las desmenuza la velocidad,
porque estas palabras anudan sus hebras,
se suturan como los sustantivos a la lengua.
ii.
En las cavernas late un vagón del tren.
En su marcha aplasta a los durmientes.
Ellos mugen porque adoran al Señor en cadenas de oro,
en tarjetas plásticas, en su abdomen y pechos firmes.
Mugen porque tienen fe en la repartición de la riqueza.
Mugen porque son ganado y carnicero a la vez.
Mugen sobre rieles como muge el buey–– el subway.
iii
Marchan a su vez las palabras
marchan las hormigas con granos de palabras,
con sueño o cafeína, con delirio marchan.
Desde la caravana oscura surge la voz de la hormiga:
Con fuerza hidráulica,
con ácido, pinzas y tenazas,
hemos socavado grietas, túneles inmensos.
Hilamos un argot, una ruta de la seda hacia Grand Central.
Mis hermanas marchan por las vigas del subterráneo
traen gotas del río Harlem y las cambian por azúcar
palabras fermentadas en boca de borrachos,
trozos de la lengua que ruedan
como arándanos por el piso del vagón.
Sabemos que dichosos aquellos
que tejen el argot que vestirá el mundo.
Dichosos quienes desgranen, desgajen el silabario de sus goznes,
pongan en barbecho los diptongos
y luego planten un huerto de verdes giros idiomáticos,
pues la cosecha les será abundante. Florecerá
la tinta de las grises columnas del New York Times,
cada línea impresa serán los pastos
donde retozarán nuevas palabras.
iv
Las hormigas se camuflan en el subway
como letras que cayeron de un periódico,
negras y pequeñas, Times New Roman 12,
se ordenan en versos que marchan por el andén,
una caravana de sílabas exactas en su métrica.
Pero en ocasiones esa caravana se extravía,
la seduce un imposible olor a lilas.
A menudo solo es una corbata,
perfume, flores estampadas en la seda.
Otras veces el aroma es aún más intenso,
parece un brote rompiendo la corteza con sus pétalos.
La caravana se detiene ante dos columnas de ébano
dos piernas que se elevan,
se juntan en tan húmedo jardín;
la falda que las envuelve incluso flamea,
como si esos labios dejasen caer algo más
que su denso rocío sobre el piso del tren.
Entonces las hormigas al unísono
sueltan las gotas que traen del río
y reciben esos zumos que precipitan del jardín colgante.
Así comienza su traducción secreta,
así secretan nuevas gotas
en la penumbra de Grand Central.
v
Un bufido de vapor sale de las alcantarillas,
sopla el viento que mece el pastizal de los idiomas.
En los edificios que circundan la estación, el huevo eclosiona,
el agua ebulle, la tetera silva, se infla la bolsa de la aspiradora,
se llenan los pulmones de polvo, se expanden las estrellas,
se contrae la vena al ser pinchada, el niño exhala lo aspirado,
se vacía la bolsa, la tetera calla, el agua se estanca,
el huevo madura, nace una barata.
vi
En las cavernas late un vagón del tren.
Bajo el tren, pulsa un corazón diminuto,
Apócrifo, mesías de las baratas:
Como Apócrifo he traído mi palabra
y sobre ella fundaré una colonia.
Como gesto auto-erótico, haré germinar la basura
y ustedes serán los bellos capullos de la sombra.
Flores pútridas, pero flores que sobrevivirán al hongo atómico.
Ovulen bajo el óxido de los andenes
yo las transformaré en ejércitos que heredarán la tierra,
serán indestructibles porque les basta los deshechos.
En ustedes yace la vida fértil,
descomposición, gases fétidos, larvas en cultivo.
i.
Cuando el subway apunta al tímpano,
brama una sierpe luminosa
como lo haría el mar en los túneles
empujando una ráfaga caliente, sumergida,
un manglar de palabras que entran a gritos,
que fluyen nerviosas, enredadas en turbantes,
en sombreros, en pelucas plásticas
y a todo lo mojan, para que beban de ellas,
todo lo sofocan con su vaho,
para adherirse a la ropa, al asiento.
Pero no las desmenuza la velocidad,
porque estas palabras anudan sus hebras,
se suturan como los sustantivos a la lengua.
ii.
En las cavernas late un vagón del tren.
En su marcha aplasta a los durmientes.
Ellos mugen porque adoran al Señor en cadenas de oro,
en tarjetas plásticas, en su abdomen y pechos firmes.
Mugen porque tienen fe en la repartición de la riqueza.
Mugen porque son ganado y carnicero a la vez.
Mugen sobre rieles como muge el buey–– el subway.
iii
Marchan a su vez las palabras
marchan las hormigas con granos de palabras,
con sueño o cafeína, con delirio marchan.
Desde la caravana oscura surge la voz de la hormiga:
Con fuerza hidráulica,
con ácido, pinzas y tenazas,
hemos socavado grietas, túneles inmensos.
Hilamos un argot, una ruta de la seda hacia Grand Central.
Mis hermanas marchan por las vigas del subterráneo
traen gotas del río Harlem y las cambian por azúcar
palabras fermentadas en boca de borrachos,
trozos de la lengua que ruedan
como arándanos por el piso del vagón.
Sabemos que dichosos aquellos
que tejen el argot que vestirá el mundo.
Dichosos quienes desgranen, desgajen el silabario de sus goznes,
pongan en barbecho los diptongos
y luego planten un huerto de verdes giros idiomáticos,
pues la cosecha les será abundante. Florecerá
la tinta de las grises columnas del New York Times,
cada línea impresa serán los pastos
donde retozarán nuevas palabras.
iv
Las hormigas se camuflan en el subway
como letras que cayeron de un periódico,
negras y pequeñas, Times New Roman 12,
se ordenan en versos que marchan por el andén,
una caravana de sílabas exactas en su métrica.
Pero en ocasiones esa caravana se extravía,
la seduce un imposible olor a lilas.
A menudo solo es una corbata,
perfume, flores estampadas en la seda.
Otras veces el aroma es aún más intenso,
parece un brote rompiendo la corteza con sus pétalos.
La caravana se detiene ante dos columnas de ébano
dos piernas que se elevan,
se juntan en tan húmedo jardín;
la falda que las envuelve incluso flamea,
como si esos labios dejasen caer algo más
que su denso rocío sobre el piso del tren.
Entonces las hormigas al unísono
sueltan las gotas que traen del río
y reciben esos zumos que precipitan del jardín colgante.
Así comienza su traducción secreta,
así secretan nuevas gotas
en la penumbra de Grand Central.
v
Un bufido de vapor sale de las alcantarillas,
sopla el viento que mece el pastizal de los idiomas.
En los edificios que circundan la estación, el huevo eclosiona,
el agua ebulle, la tetera silva, se infla la bolsa de la aspiradora,
se llenan los pulmones de polvo, se expanden las estrellas,
se contrae la vena al ser pinchada, el niño exhala lo aspirado,
se vacía la bolsa, la tetera calla, el agua se estanca,
el huevo madura, nace una barata.
vi
En las cavernas late un vagón del tren.
Bajo el tren, pulsa un corazón diminuto,
Apócrifo, mesías de las baratas:
Como Apócrifo he traído mi palabra
y sobre ella fundaré una colonia.
Como gesto auto-erótico, haré germinar la basura
y ustedes serán los bellos capullos de la sombra.
Flores pútridas, pero flores que sobrevivirán al hongo atómico.
Ovulen bajo el óxido de los andenes
yo las transformaré en ejércitos que heredarán la tierra,
serán indestructibles porque les basta los deshechos.
En ustedes yace la vida fértil,
descomposición, gases fétidos, larvas en cultivo.
vii
Entonces amáronse las baratas.
Amáronse en cloacas, ilumináronse en el fango,
deseáronse desplegando sus alas de celofán.
Se jactaron de ser industriosas ciudadanas que heredarán la tierra.
Todo esto será de ustedes –instruyeron a sus larvas-
conducirán el trueno sobre rieles.
Luego, impúdicas,
abandonáronse al amor desde los cilios temblorosos,
sus extremidades puntiagudas,
amáronse con palabras de coleóptero,
amáronse más allá de la mugre
como flores de la oscuridad que se abren con pétalos de acero
desde una lata de Cocacola, con lustroso caparazón
que brota a la penumbra de los polvos fungicidas.