Andrés Morales

Fotografía: Julia Toro

Andrés Morales es poeta y ensayista, Doctor en Filosofía y Letras con mención en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, España y Profesor Titular del Departamento de Literatura de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile Ha publicado dieciséis libros de poesía. Entre sus últimos, cabe destacar: Escenas del derrumbe de Occidente, Réquiem, Antología Personal; Memoria Muerta y Demonio de la nada. Traducido a ocho lenguas ha sido reconocido con el PREMIO PABLO NERUDA 2001 y el Premio de Ensayo del Centro Cultural de España en sus versiones 2002 y 2003.
En el ámbito del ensayo y la crítica literaria destacan sus libros Poesía croata contemporánea; Anguitología; España reunida: Antología poética de la guerra civil española, Altazor de puño y letra; Antología de Poesía y Prosa de Miguel Arteche y De palabra y Obra, ensayos sobre poesía chilena y poesía española.



Poesía:


*
(Adriático en Dubrovnik)

Este mar este mar Este Mar

Único perfecto conjugado
navegándose perpetuo en su descanso
ceremonia rito de lenguaje

He aquí el rostro de las horas
el brazo que recorre y no respira

(Yo he visto como el sol en su cadencia
adivina el arrebato la partida)

Argonautas que regresan con manzanas
lirios islas en las manos
y el peso de mis ojos en su viaje

Aquí el mar completo en su desnudo
frágil terrible cuerpo entero

Aquí converge el sueño por su sangre
y rompe el sol su centro presentido
(A Jaime Siles)





Oráculo


-No hay azar más claro que el iris de mi ojo,
pregunten a los hijos que van llorando tierra,
deténganse en el mar a respirar su vuelo
si el sol es transparente y gime y no aparece.


La adivina cierra sus ojos y crepitan
los dientes y su lengua, malhumorada, seca.


-La rueda vuelve siempre al centro de su cielo
y todo se detiene y habla y permanece.


-Desnuda en el desván irá tejiendo siempre,
tal vez nunca regrese su amante de la guerra
y bailarán los años y sin reconocer
los trozos de metal, la columnata, el mar.


-Después veo silencio y un grito despiadado.
La sangre descubrió su propio peso hueco.
Más allá un incendio y el caballo cónsul
y mártires que huelen a gloria antojadiza.
...Hay nubes en mis cejas y peces,
hay planetas...
Puedo ver la huella cómo se desfigura y cae.
La luna se avecina, el ángel se avecina.
Dos mil campanas hieren, se clavan en mi oído
y Jericó se rinde y el águila perece
mientras el toro huye detrás de los leones.


Penúltimas noticias, los heraldos corren:
Ha caído Roma, Tenochtitlán el Cuzco.


-Otra vez el llanto recorre mis anillos.


-La policía aguarda detrás de las murallas,
no hay escapatoria, me arrastran con azufre,
me fuerzan, me condenan, me besan en la cara.


-¡Alejen los espejos, aviven ese fuego!


-El hambre me conmueve y siento como vuelan
los cuervos en mi boca, enloquecidos míos.


-¡Por qué jamás anuncio lo que se escribe ayer!


...Hay nubes en mis manos,
recuerdo sólo el mar...
(A Gonzalo Rojas)




Los videntes


Todos íbamos a ser Rimbaud.
Todos íbamos a ser Artaud.
Todos íbamos a ser Edgar Allan Poe.


Lo que pasa es que ni Verlaine,
ni un poeta menor, ni aquellas líneas
del pequeño escribano de la corte.


Nada, ni en el aire, ni un poema:


Todos íbamos directo al matadero.






Chile


La envidia se desata en este circo pobre:


El domador aúlla y ruge y estornuda,
la equilibrista sueña con tierra firme siempre
y un payaso ordena el mundo entre sus dedos.


La patria se disfraza, cortés, civilizada
en una bendición de dones ya maduros
que enseñan gravemente la luz opaca y fría
del sol sin su destello, sin su calor sereno.


El circo se disfraza, la patria se desnuda,
la envidia nos despierta, nos mueve, nos consume.


La única verdad es la que nos desmiente:


El circo no termina, la mascarada crece,
el bufo, la corista, el fanfarrón, el santo,


todos en la pista cruel y provinciana.


(A Roberto Díaz Muñoz)